Mito:
La
participación
de
los
niños
significa
que
hay
que
escoger
a
un
niño
para
que
represente
las
perspectivas
y
opiniones
de
los
niños
en
una
reunión
de
adultos.
Realidad:
Los
niños
no
son
un
grupo
homogéneo
y
no
es
posible
esperar
que
un
niño
represente
los
intereses
de
otros
niños
de
edades,
razas,
origen
étnico
y
géneros
diferentes.
Los
niños
tienen
que
participar
en
sus
propias
reuniones
donde
pueden
mejorar
sus
aptitudes,
definir
las
prioridades,
comunicarse
a
su
manera
y
aprender
de
los
otros
niños.
De
esta
manera,
los
niños
están
mejor
capacitados
para
tomar
sus
propias
decisiones
sobre
quién
debe
representar
sus
intereses
y
de
qué
manera
les
gustaría
que
se
presentaran
sus
puntos
de
vista.
Mito:
La
participación
infantil
implica
que
los
adultos
deben
ceder
todas
sus
potestades
a
los
niños
y
las
niñas,
que
no
están
preparados
para
hacerse
cargo
de
ellas.
Realidad:
La
participación
infantil
no
consiste
en
que
los
adultos
simplemente
cedan
todo
el
poder
de
decisión
a
los
niños.
La
Convención
sobre
los
Derechos
del
Niño
establece
con
claridad
que
a
los
niños
se
les
debe
otorgar
más
responsabilidad,
pero
“en
consonancia
con
la
evolución
de
sus
facultades”,
a
medida
que
los
niños
se
desarrollan.
En
muchos
casos,
los
adultos
continúan
tomando
las
decisiones
finales,
manteniendo
como
objetivo
“el
interés
superior”
de
los
niños.
Pero,
según
la
Convención,
esas
decisiones
deben
tener
en
cuenta
las
opiniones
de
los
niños
afectados.
A
medida
que
los
niños
crecen,
los
padres
deben
cederles
más
responsabilidades
en
la
toma
de
decisiones
que
les
afecten,
inclusive
aquellas
que
puedan
ser
controvertidas,
como
las
cuestiones
relacionadas
con
la
custodia
de
los
hijos
tras
un
divorcio.
Mito:
Los
niños
deben
ser
niños,
y
no
se
les
debe
obligar
a
hacerse
cargo
de
responsabilidades
que
les
corresponden
a
los
adultos.
Realidad:
Sin
duda,
se
debe
permitir
que
los
niños
sean
niños,
y
que
reciban
la
protección
necesaria
para
garantizar
su
desarrollo
saludable.
Y
no
se
debería
obligar
a
ningún
niño
a
asumir
responsabilidades
para
las
cuales
no
esté
preparado.
Pero
el
desarrollo
saludable
de
los
niños
depende
también
de
que
se
les
permita
relacionarse
con
el
mundo,
tomar
decisiones
de
manera
independiente
y
hacerse
cargo
de
más
y
mayores
responsabilidades
a
medida
que
sean
más
capaces
de
hacerlo.
Cuando
los
niños
tropiezan
con
barreras
que
obstaculizan
su
participación
pueden
sentirse
frustrados
o
caer
en
la
apatía.
Por
ejemplo,
un
joven
de
18
años
que
carece
de
la
experiencia
de
la
participación
no
estará
adecuadamente
preparado
para
asumir
las
responsabilidades
propias
de
los
ciudadanos
en
una
sociedad
democrática.
Mito:
La
participación
de
los
niños
es
una
farsa.
Se
suele
elegir
a
unos
pocos
niños
y
niñas,
por
lo
general
pertenecientes
a
una
elite,
para
que
hablen
ante
adultos
poderosos,
que
de
inmediato
ignoran
lo
que
han
dicho
los
niños
mientras
se
arrogan
el
mérito
de
haberlos
“escuchado”.
Realidad:
La
participación
de
los
niños
ha
demostrado
ser
muy
eficaz
en
muchos
casos.
En
lugar
de
establecer
un
sistema
de
participación
ineficaz,
nos
compete
a
todos
diseñar
formas
significativas
en
las
que
los
niños
puedan
participar
en
beneficio
propio
y
de
la
sociedad
en
general.
Mito:
En
realidad,
la
participación
de
los
niños
involucra
sólo
a
los
adolescentes,
a
quienes
de
cualquier
manera
les
falta
poco
tiempo
para
convertirse
en
adultos.
Realidad:
Aunque
el
rostro
público
y
político
de
la
participación
de
los
niños
tiende
más
a
ser
el
de
un
adolescente
que
el
de
un
niño
de
6
años,
resulta
fundamental
que
se
consulte
a
los
niños
y
las
niñas
de
todas
las
edades
sobre
las
cuestiones
que
les
afecten.
Esto
entraña
la
participación
de
los
niños
en
el
quehacer
escolar
y
familiar
cuando
se
traten
temas
que
se
relacionen
con
ellos.
Los
niños,
cualquiera
sea
su
edad,
tienen
más
capacidades
que
las
que
generalmente
se
les
reconocen;
y
si
cuentan
con
el
respaldo
de
los
adultos,
por
lo
general
estarán
a
la
altura
de
las
circunstancias.
Mito:
Ningún
país
del
mundo
consulta
a
los
niños
acerca
de
todas
las
cuestiones
que
les
afectan,
y
no
existen
posibilidades
de
que
ningún
país
lo
haga
en
el
futuro
cercano.
Realidad:
Eso
es
en
parte
cierto.
Sin
embargo,
todos
los
países
que
ratificaron
la
Convención
sobre
los
Derechos
del
Niño
se
han
comprometido
a
garantizar
los
derechos
de
la
niñez
a
la
participación.
Por
ejemplo,
el
derecho
a
manifestar
libremente
sus
opiniones
acerca
de
cuestiones
que
les
afecten,
y
la
libertad
de
pensamiento,
conciencia,
religión
y
asociación,
y
de
realizar
reuniones
pacíficas.
Y
casi
todos
los
países
ya
han
obtenido
avances
significativos
en
lo
que
concierne
a
la
implantación
de
sistemas
y
políticas
que
posibiliten
el
ejercicio
de
esos
derechos
por
parte
de
los
niños.
Mito:
Aunque
se
consulte
a
los
niños
por
una
cuestión
de
formalidad,
nunca
se
tienen
en
cuenta
sus
opiniones
para
efectuar
cambios.
Realidad:
En
los
casos
en
que
se
solicitan
las
opiniones
de
los
niños
con
sensibilidad,
y
se
las
comprende
auténticamente,
esos
puntos
de
vista
suelen
determinar
muchos
cambios.
Por
ejemplo,
pueden
revelar
aspectos
que
los
adultos
no
habrían
sido
capaces
de
descubrir
por
su
cuenta.
O
pueden
modificar
profundamente
determinados
programas
o
políticas;
o,
en
ciertos
casos,
proteger
a
los
niños
de
perjuicios
futuros.
Hasta
las
consultas
a
niños
de
muy
corta
edad
pueden
arrojar
resultados
notables.
El
problema
consiste
en
que
no
son
frecuentes
los
casos
en
que
se
consulta
a
los
niños
en
forma
tan
rigurosa.
Realidad:
En
realidad,
esa
resistencia
puede
constituir
un
componente
importante
de
la
participación.
Ya
se
trate
del
tira
y
afloja
en
el
hogar,
de
la
negativa
a
aceptar
el
castigo
en
la
escuela,
o
de
la
actitud
de
cada
uno
con
respecto
a
la
participación
cívica
en
su
comunidad,
la
resistencia
puede
reflejar
las
opiniones
de
los
niños
o
los
adolescentes
sobre
determinada
cuestión,
o
sus
sentimientos
con
respecto
a
las
condiciones
de
su
participación.
Los
adultos
comprenden
que
la
resistencia
es
una
forma
de
comunicación,
y
responden
ante
la
misma
con
comprensión,
diálogo
y
capacidad
para
resolver
las
diferencias
de
opinión,
en
vez
de
tratar
de
impedirla
mediante
el
empleo
de
la
fuerza
o
la
persuasión.
Bajo
ninguna
circunstancia
se
debería
obligar
a
los
niños
a
participar.
Ref.
:
Jorge
Hernandez.
-
http//www.unicef.org
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